Después de años batallando contra una dolencia y por su avanzada edad, murió ayer, en la mañana y a la edad de 88 años, el maestro del arte nacional: Guillermo Esteban Pérez Chicón, conocido como Guillo Pérez.
Nacido en San Víctor, Moca, en el 1926, inició sus estudios de pintura afincado, desde el inicio, en la teorética sobre el color, la sonoridad y las renovación estética.
Cursa estudios de pintura y se gradúa en 1950 en la escuela de Bellas Artes en la ciudad de Santiago. Estudia pintura en el taller de Yoryi Morel, su pariente y músico santiaguero.
En Santiago y con él continuó su formación entregándose a ella como el místico a los sacerdocios. como el revolucionario a la revolución.
En esa doble tesitura tomó Guillo el arte. Y como sustituto de ese deseo suyo tan reñido con su temperamento por hacer del servicio a Dios el objeto de su vida: un acto de fe y adoración.
Dios habitó su alma desde su mocedad. De adolescente, ingresó al Monasterio de la Vega Real e inició estudios de Religión, Filosofía y Música. En él tejió profundas alianzas con los jesuitas, cuya entrega al saber, al cultivo de las artes y a la solidaridad social trató de emular y apoyó cuando las puertas les fueron tocadas y las circunstancias se lo exigieron.
Guillo Pérez hizo del arte su religión.
Asumió su oficio con la sobriedad de un místico, con el orden de un iniciado. Y la pasión y deseos de cambios de los revolucionarios. El mundo podía estar cayendo de bruces, incluso el suyo, incluso sus obras no vendidas podían amontonarse a su alrededor y su paleta, en cambio, refulgía: colores limpios y ordenados sobre un cristal. Pinceles limpios y ordenados en su estuche. Y su actitud de romántico recio: no vincular la vida, por prosaica, con el arte y la belleza. Y su deseo de belleza renovada y discurso nuevo en obras cada días más exigentes.
Era un obsesionado de la belleza, de la fe, de la perfección y de lo humanamente significativo.
“El arte no tiene nada que ver con la vida”, me dijo varias veces. “El hombre es un estorbo para el artista”, afirmó, en referencia clara a esa dualidad, bipolaridad si quieren los psicólogos, que hace de los artistas seres particulares, caracteres específicos”. El sufría aquello. Quería ser, cada día, mejor. Y cada día lo era, artística y humanamente.
Si hay, en el arte del siglo XX dominicano, un artista que podamos decir exitoso es, sin duda, Guillo Pérez.
Tuvo la sensibilidad para lograr un cromatismo propio y personal, vinculado al terruño. Efecto de sus teorizaciones con Elías Delgado y en el taller de Yoryi Morel sobre el arte moderno, la autenticidad y la estructura logró un nacionalismo pictórico que se expresaba en arquetípicas composiciones; logró el aplauso, aceptación y aprecio de la nación, sin distingos sociales; ganó la estima y el respeto de colegas, sabants, coleccionistas e instituciones nacionales y extranjeras, junto a una obra que se identifica y reconoce a la distancia. Vibrante y hermética. Expresiva y silenciosa. Ya maduro, logró un firme y vivo interés internacional que por amor al terruño y a sus seres queridos rechazó. Delante de mí, un millonario de Providence lo invitó: “ven a pintar a Rhode Island”. Quizás puerta de entrada a ese mercado. Guillo no respondió. Jamás fue. No era el colorido de las primaveras exóticas lo que quería pintar; supe que no era el color lo que pintaba: pintaba cómo la tragedia social es incapaz de matar la belleza, de sobrevivirla.
La obra que Guillo Pérez aporta a la cultura dominicana es experimental, pionera, valiente, terral lo mismo que limpia, de sonoridades armoniosas y de desenvuelta expresión. Tiene un lugar digno y grande en lo más logrado de las renovaciones artísticas del siglo XX dominicano. Y en el arte de América: por su lazo teórico y hasta su implícita diatriba frente al estructuralismo del uruguayo Torres García.
La de Guillo es una propuesta holística sobre el entorno: fauna, flora y paisaje, cañas y musáceas, tabaco, palmeras y ruralidad, valles y montañas, ríos y aquella ciudad colonial reconstruida sobre la tela, matéricamente. Guillo es el Caribe del siglo XX.
Elementos de una identidad pictórica y sensible dispersos en el espacio poblado por una esperanzan reclamada desde el centro de la geografía nacional y del alma. En su obra, los signos de nuestra tragedia social jamás se sobreponen a la belleza ni a la fe.
De ahí su significado de solidaridad con haitianos y cañeros. De ahí ese personaje negro de la herencia española, de la fuerza y de la tradición: el buey. Jesús parece estar detrás de ese mundo proclamando “A mí lo hacéis”. Todo el amor orante y resignado apunta al Ángelus de Millet. Y crónica social.
Y el gallo: él. Señorial. Único. Dominando con su plumaje de seductoras iridiscencias y cromatismo apasionado la visión del arte y de la sociedad: tótem y modernidad junto a lo ancestral.
Habitan bajo un sol que serpentea sus azules entre nubes de luz; extendido en valles y bateyes; composiciones orantes, en cruz y bohíos: reclamo humanista, como un nuevo grito de Montesinos “¿con qué derecho y con qué justicia...?”.
Guillo Pérez ha muerto luego que se redujeran sus capacidades para pintar.
Conservo su mirada pícara, amigable y confabulada. Estaba allí, debajo de aquella casi osamenta carente de vitalidad como lo encontré hace tres meses cuando por el amor de Doña Amalia Linares de Pérez lo vi.
¡Con sus últimas energías sólo me habló de arte! ¡Con sus últimas fuerzas sólo me habló de amistad! ¡Y de proyectos por hacer!
Gracias, Amalia, por tantos cuidos y amores al Maestro.
Gracias, Willy Pérez, por tanto amor.
Paz a sus restos. Su obra y su fe le hacen ganar la misericordia de Dios.
MINISTRO DE CULTURA EXPRESA CONDOLENCIA
El ministro de Cultura, José Antonio Rodríguez, expresó que a todos los artistas del país les duele la muerte de Guillo Pérez, porque era un símbolo como creador de valiosísimas obras de arte y una personalidad respetada y querida por toda la sociedad de República Dominicana.
“Su muerte nos entristece a todos, tenerlo vivo era un privilegio porque era un patrimonio viviente, aunque seguirá siendo un patrimonio, porque su legado artístico y su ejemplo prevalecerán para disfrute y referencia de las presentes y futuras generaciones” dijo el cantautor y ministro de Cultura. Mientras, familiares, amigos y relacionados del maestro de la plástica Guillo Pérez, acudieron anoche a la funeraria Blandino para dar el último adiós a quien en vida hizo del color y de su Patria un tema del lienzo.
Su velatorio se realiza en la Capilla E, y su cadáver es expuesto desde las siete de la noche de ayer, y hoy se tiene previsto sepultarlo pasadas las cuatro de la tarde en el Cementerio Puerta del Cielo. Sus hijos Francisco y Angela, lo describieron como un hombre que hizo de su obra un legado y que amaba a su país y a sus hijos, para quienes siempre puso el ejemplo.
“El legado que mi padre ha dejado a sus hijos, se resume en que siempre luchemos por alcanzar nuestros sueños”, dijo Ángela. Refirió de su progenitor que siempre les decía que lo que se propusieran lucharan por materializarlo. “Y al pueblo le deja una lección: que amen la vida, que amen el color; que disfrute de lo que es la naturaleza”.
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