Reflexionamos sobre la realidad de nuestras decepciones amorosas.
En el
enamoramiento hay un ensimismamiento,
una energía que se traduce muchas veces en una idealización de tales
dimensiones que nos hace dudar de la sensatez de la persona inmersa en dicho
trance - pensamos en nuestras amigas-. Porque claro, cuando nos toca a nosotras
la varita del amor -de la pasión, sobre todo- es una catarsis que poco nos
paramos a analizar en el momento en que ésta nos envuelve.
Claro que
esa forma onírica y maravillosa de ver a nuestra pareja tiene
mucho que ver con otras formas de encandilamiento que a veces nos suceden en la
vida. Pero llega el momento en el que además de verle como un apolíneo semidiós
que nos espera en la cama, hemos comprobado su incapacidad para reaccionar a
cualquier situación como nos gustaría, cuando hemos vivido con él lo suficiente
para conocer sus humanos defectos, cuando nos hemos acabado por cabrear como
monas al entrar al baño después de que él lo asolara por centésima vez
consecutiva... Descubrimos que el muy maldito ¡es humano! Pero será solo a
partir de entonces cuando realmente sabemos que sentimos amor por nuestra pareja,
es cuando realmente nos sentimos serenas, cuando lo conocemos bien en toda su
dimensión humana y masculina.
Una decepción, es algo que todas hemos podido
vivir en uno u otro momento de nuestra vida. Y es doloroso, es triste, es un
acontecimiento por el que pasaremos un duelo. Lo que no podemos hacer es
autoengañarnos irresponsablemente y provocar una existencia paralela, unas
expectativas irreales, una existencia llena de nada.
Claro que hay problemas en la vida, que
nuestro novio a veces es un zoquete insufrible, pero eso no hace que no sean
para nosotras y que tengamos que ir a otra parte, a otra vida, a otro hombre,
porque esas veces que es maravilloso, de verdad maravilloso, es lo más cercano
a un sueño que vamos a tener en la vida.
Muchas veces la bajada a la realidad nos
cuesta. Hay una parte de nosotras que se niega a ver las cosas
como son, como una decepción inaceptable lo que simplemente es real - lo que
quiere decir que no es perfecto, nada más -. Nuestro trabajo no es perfecto,
nuestra madre no puede ser más imperfecta, nuestro cuerpo no es ideal... Son exigencias
que tenemos hacia todo, hacia todos, y hacia nosotras mismas.
Meditemos,
abramos los ojos a nuestra verdad, no solo a la del amor, sino a la de la vida
misma. Un trabajo puede no ser el soñado pero puede ser enriquecedor y un
puente para otro mejor. Un proyecto puede fallar pero no por ello ha terminado
nuestra vida, nuestro sueño. Nuestro novio puede no ser un modelo sin mácula
pero si miramos en nuestro interior, quizá sepamos ya que es el hombre que más
nos querrá y nos llenará en nuestra vida. Y en eso, como en la mayoría de las
cosas de la vida consiste todo: en saber mirar en nuestro interior,
en saber escucharnos correctamente; escuchar nuestro espíritu.
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